domingo, 18 de mayo de 2008

Hasta que punto todo vale la pena


Vagando por internet, le llega un mensaje de texto, lo lee. Mientras piensa un poco el por qué de su contenido, llega otro, la deja más tranquila.
Pero es porfiada.

Cuando ha estado tranquila, cuando ha analizado las situaciones racionalmente, se ha dado cuenta cual era el grupo de personas que valían la pena.
Pero entre tanto enredo y errores que esas personas también cometieron, llegó a creer que en realidad los otros, ese lado un poco más gris de la fuerza -porque no alcanza a ser totalmente oscuro- eran los que siempre habían tenido la razón.

Que torpe, que ingenua fue.

Sí, ingenua. Efectivamente creyó que valían la pena, que eran personas honestas, hasta que se cayó.
No vio las ramas en el suelo y se raspó todas las rodillas con el golpe. Se quemó las dos palmas de las manos que puso al fuego por ellos.

Y lo peor de todo, es que sintiendo aún rabia, o molestia por las acciones -que se transformaron en errores- del grupo que si valía la pena, se dio cuenta que ellos, con todos sus defectos -que fue conociendo en el camino y que desde un principio aceptó-, nunca mintieron y no pretendían hacerle daño.
Que al final de todo, fueron los únicos honestos y en quienes sabe, que de una manera u otra, van a seguir ahí si algún día los llega a necesitar.

Que desagradable sensación.
Torpe, triste, usada.

Como quisiera volver a esos años de juegos y creaciones manuales.

Como quisiera volver a esos meses, o tal vez, días de alegría y tranquilidad que vivió con ellos, con los reales, con los que valen la pena.

Ahora empieza a escribir en su celular, a intentar, ya no reparar, sino continuar.
Ahora ella envía nuevamente un mensaje de texto.