Iba en otra, pero entre esa voladés-pegada-extraña, te miraba y miraba para otra parte. De repente me cediste un asiento que se desocupaba cuando un niño se iba a sentar, y fue notorio, porque ese niño se echó para atrás hasta que dije, no gracias. Pensándolo ahora, tal vez me sonrojé, el niño se sentó, y seguiste ahí, tu mano, como que no se atrevía a afirmar en el fierro de la micro, yo, me puse rara.
Empecé a pensar que me estaba pasando muchos royos, pero, en eso se desocupó de nuevo un asiento frente a nosotros y nadie se sentó, tú tampoco querías, y sí, era definitivo, cada cierto rato, en realidad, ratitos muy pequeños, me mirabas -me acordé de cuando hacía eso, ¿las otras personas sentirían lo que yo en ese momento?- y me sentí observada.
Como decía, el asiento se desocupó y ninguno lo usó. Las canciones con la voz de Manuel seguían, la música fuerte. Atiné a decirle a una señora si se quería sentar, en realidad sólo lo indiqué, no quería hablar, porque debido a los audífonos, no me escucharía y además mi encía de arriba comenzaba a sangrar y no quería que eso se viera.
Seguimos ahí, raros. Te miraba de reojo, me sentía como una niña jugando a algo raro, sin saber cómo explicarlo. Eras raro, no sé, digamos que a primera vista, tu cara no era de mi gusto, pero tu presencia, tu sola presencia física (seguramente de otras maneras también) al lado mío me atraía, te miraba sin ver tus ojos, que eran verdes. Te miraba como hasta el cuello, porque hasta ahí alcanzaba por sobre mis hombros y seguía en ese submundo de imágenes sobrepuestas -y pegada- de árboles, casas y la avenida Pajaritos. No quería que te bajaras de la micro, no me quería bajar tampoco, pero estaba tranquila porque sabía que aún quedaba recorrido. Íbamos frente a esos tablones por donde está ese colegio, todavía no pasábamos Américo Vespucio.
Empezó La danza de las libélulas. La sensación, esa, empezó a nacer y florecer como aquella vez. Ui, sí, era lo mismo. No sé, me empecé a mover raro, a juntar los brazos hacia el tronco, a mover los dedos sin tocarlos entre sí, pero sin que eso se notara. Estabas al lado. Ese tema no lo había querido escuchar mucho, pero no pude, o más bien, no quise pararlo, lo escuché entero, tú seguías. Sí, era como un coqueteo, pero fue todo tan extraño.
Los asientos delante de nosotros se volvieron a desocupar, pero ahora eran tres, tres en fila, uno plomo y dos naranjos, al lado habíamos tres personas, nosotros y un niño, un joven, un lolo como de nuestra edad, o de la mía al menos, los tres mirando las sillas, ninguno queriendo sentarse.
Llegamos al 15 entre que la micro se desocupó, uno o dos de los asientos se ocupó, el plomo seguía sin nadie, los dos lo observábamos y nos observábamos. Tenía que bajarme y seguía como, eso, atrapada y volada.
Pasa el semáforo y toco el timbre, pensado y hecho. No supe si sonó, supuse que sí, pensé que si no, me bajaba después no más. Me di vuelta, antes me habías vuelto a mirar rápidamente y yo a ti aun mas rápido, fugaz tal vez. Pensaba en el supermercado y en la librería dentro de él a la que iba, y quería ir, quería bajarme, no me complicaba, no me atabas, y me bajé. Sin darte vuelta, seguiste en la micro, la vi desde abajo y me parece que Panico siguió tocando. Seguía con sueño.